Hoy he estado en el médico para hacer unos análisis. Cuando estoy en el vestíbulo del hospital con mi madre, una enfermera se nos acerca y nos pregunta si venimos para un análisis. Asentimos y nos señala una máquina. Consistía en una pantalla táctil en la que había que contestar una serie de preguntas sobre el tipo de análisis que uno quería hacerse, la edad, compañía sanitaria, etc.
Una vez contestadas todas aquellas preguntas, la máquina imprimía un número. Básicamente, como el número que se coge en la frutería o la pescadería. Acto seguido, la misma enfermera nos ha señalado una sala de espera gigante, en la que aguardaban bastantes personas con el mismo fin que nosotras.
En la sala de espera, había una gran pantalla, que cada cierto tiempo decía un número y el despacho o el mostrador al que tenía que dirigirse la persona que poseía tal número.
La máquina era perfecta, no generaba colas innecesarias, ni líos de ningún tipo. Pero hoy era uno de esos "días tontos" de la máquina. No funcionaba bien, se saltaba números, y parecía que llamaba a los pacientes de forma completamente aleatoria. Había un hombre, que llevaba una hora allí.
Al principio, todos al ver la máquina quedamos fascinados por la impecable organización que ofrecía. Sin embargo, a medida que la máquina iba fallando, la gente empezaba a ponerse más y más nerviosa. La naturaleza humana se ha impuesto. La máquina estaba "colando" a gente que había llegado hace cinco minutos, delante de personas que llevaban horas allí. Y eso el ser humano no lo puede permitir. La gente ha empezado a llamar a las enfermeras, la máquina se volvía loca diciendo números, la gente se levantaba. Reinaba nerviosismo, y sobre todo, todos hemos salido de allí con cierto desagrado hacia un "gran invento".
Y entonces... ¿quién ha arreglado tal caos? La enfermera discreta que nos decía a todos dónde teníamos que sacar nuestros números. En un determinado momento, nos ha calmado a todos, ha hecho bromas, ha colocado a los que habían sido "timados" por la máquina. Y al final ha vuelto a reinar el orden.
Cuando he entrado al análisis, también había una gran pantalla en la que aparecían todos mis datos, la información sobre mi análisis, todo. Pero... ¿quién me ha dicho, "respira hondo y mira hacia otro lado"? La enfermera que estaba allí.
Mi conclusión de esta pequeña experiencia es que las máquinas no nos proporcionan de todo. Pueden tener muchísima inteligencia, almacenar millones de datos, hacernos la vida más tranquila, fácil y organizada. Pero jamás tendrán la inteligencia emocional de las personas. Y en mi opinión, creo que eso no puede conseguirse. Quizá una máquina pueda interpretar el estado de ánimo de una persona y actuar. Pero nunca nos dará amistad o amor. Claro, que esta inteligencia emocional es la que causa más caos.
Entonces, ¿prescindimos de alguno de ellos? En mi opinión, es una combinación perfecta. Ya que ambas dos, las personas y las máquinas, explotan mutuamente sus mejores características.
Una vez contestadas todas aquellas preguntas, la máquina imprimía un número. Básicamente, como el número que se coge en la frutería o la pescadería. Acto seguido, la misma enfermera nos ha señalado una sala de espera gigante, en la que aguardaban bastantes personas con el mismo fin que nosotras.
En la sala de espera, había una gran pantalla, que cada cierto tiempo decía un número y el despacho o el mostrador al que tenía que dirigirse la persona que poseía tal número.
La máquina era perfecta, no generaba colas innecesarias, ni líos de ningún tipo. Pero hoy era uno de esos "días tontos" de la máquina. No funcionaba bien, se saltaba números, y parecía que llamaba a los pacientes de forma completamente aleatoria. Había un hombre, que llevaba una hora allí.
Al principio, todos al ver la máquina quedamos fascinados por la impecable organización que ofrecía. Sin embargo, a medida que la máquina iba fallando, la gente empezaba a ponerse más y más nerviosa. La naturaleza humana se ha impuesto. La máquina estaba "colando" a gente que había llegado hace cinco minutos, delante de personas que llevaban horas allí. Y eso el ser humano no lo puede permitir. La gente ha empezado a llamar a las enfermeras, la máquina se volvía loca diciendo números, la gente se levantaba. Reinaba nerviosismo, y sobre todo, todos hemos salido de allí con cierto desagrado hacia un "gran invento".
Y entonces... ¿quién ha arreglado tal caos? La enfermera discreta que nos decía a todos dónde teníamos que sacar nuestros números. En un determinado momento, nos ha calmado a todos, ha hecho bromas, ha colocado a los que habían sido "timados" por la máquina. Y al final ha vuelto a reinar el orden.
Cuando he entrado al análisis, también había una gran pantalla en la que aparecían todos mis datos, la información sobre mi análisis, todo. Pero... ¿quién me ha dicho, "respira hondo y mira hacia otro lado"? La enfermera que estaba allí.
Mi conclusión de esta pequeña experiencia es que las máquinas no nos proporcionan de todo. Pueden tener muchísima inteligencia, almacenar millones de datos, hacernos la vida más tranquila, fácil y organizada. Pero jamás tendrán la inteligencia emocional de las personas. Y en mi opinión, creo que eso no puede conseguirse. Quizá una máquina pueda interpretar el estado de ánimo de una persona y actuar. Pero nunca nos dará amistad o amor. Claro, que esta inteligencia emocional es la que causa más caos.
Entonces, ¿prescindimos de alguno de ellos? En mi opinión, es una combinación perfecta. Ya que ambas dos, las personas y las máquinas, explotan mutuamente sus mejores características.
de
Muy interesante, lo mejor la vivencia.