La crisis alimenta los problemas de conciencia y aviva los trapicheos y tejemanejes de la economía sumergida, tan necesaria para algunos en estos tiempos.
Hace unos meses, todos nos llevábamos las manos a la cabeza al conocer la noticia de las defraudaciones a Hacienda por parte del ex - tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, imputado en el caso Gürtel (2009) por fraude, cohecho y blanqueo de dinero. En enero de este año, la noticia saltaba a los periódicos y los medios de comunicación tras las publicaciones en El Mundo acerca de sobresueldos a partir de 5.000 euros cobrados por altos cargos del PP. También conocíamos la noticia de que nuestro querido Bárcenas tenía 30 millones de euros bien guardados en una cuenta en Suiza, con los cuales había abonado a Hacienda su regularización fiscal.
Ahora bien, no es mi intención hacer un análisis de un proceso judicial, ni de valorar la situación de corrupción de nuestro país. El dilema moral que quiero plantear nos lo esbozó nuestra profesora de economía hace unos días. De una manera u otra, muchos defraudamos a Hacienda cuando podemos. Quizá no de la manera en la que lo hacen algunos dirigentes políticos, sino en pequeñas cantidades. Como por ejemplo cuando necesitamos una reparación casera y el fontanero de turno, que vive de hacer estos pequeños encargos nos pregunta: ¿Con IVA o sin IVA? Y entonces nosotros, en nuestro egoísmo justificado, le respondemos que no. Que por qué vamos a pagarle un céntimo más a un Estado que nos está recortando hasta el aire que respiramos. O cuando nuestra tía trabaja en una editorial y vuelve a casa cargada de paquetes de folios, o de libros de texto.
Y es aquí donde viene la gran pregunta. Si todos nosotros, las clases bajas y medias, tuviésemos la oportunidad de defraudar a Hacienda a gran escala, ¿lo haríamos? “No.” es lo primero que se me viene a la cabeza. ¿Nosotros, que hemos sufrido los golpes más duros de esta crisis? ¿Nosotros, que estamos viendo como nuestra educación y sanidad públicas se desploman como un castillo de naipes? ¿Nosotros, que tenemos que ver cada día en las noticias como aparece un caso de corrupción tras otro?
Pero, ¿hasta dónde llegan el egoísmo y la honestidad del ser humano? “No hay nada más fuerte ni más débil en el animal ‘hombre’ que su amor propio, su egoísmo, su narcisismo.” O, si no pagamos nuestros impuestos y defraudamos a la primera oportunidad que se nos presenta, ¿tenemos derecho a salir a la calle a manifestarnos y exigir servicios públicos de calidad? Podría seguir tirando del hilo y sacar mil preguntas más, pero voy a quedarme en lo primero. ¿Egoísmo, codicia, ingratitud u honestidad, integridad y conciencia? Puede que las palabras que mejor suenen no sean las que mejor nos vengan.
Es inadmisible que a alguien que trabaja como cargo público se le pase por la cabeza el simple hecho de robar. Como le oí decir a un periodista una vez, “un bombero no puede ser pirómano.” Y esto es exactamente lo que nos está pasando. Que la excepción se convierte en regla, y al final lo pagamos todos.
Paula D.
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