Kevin Carter fue un reportero gráfico sudafricano, miembro del Bang- Bang Club, expresión utilizada por los fotógrafos que hace referencia al acto de salir a las barriadas a cubrir los conflictos.
Conoció el éxito cuando una de las imágenes que tomó en Sudán, salió a la luz, gracias a la cual ganó un premio Pullitzer en 1944. La imagen muestra a un niño famélico arrastrándose por el desierto, acechado por la atenta mirada de un buitre, que espera su muerte, junto a él. Sin embargo, la imagen no logró mostrar la carga simbólica de ella, sino que despertó una negativa opinión pública, que criticó al fotógrafo por no haber ayudado al niño moribundo. En ese mismo año, se suicidó.
A partir de ahí, los periodistas quisieron mostrar una dramática historia sobre lo acontecido, afirmando que la causa del suicidio había sido aquella foto, y las críticas que se cernieron sobre ella. Pero lo cierto es que aparte de aquella presión crítica, sufrió otro golpe duro: el asesinato de su mejor amigo mientras cubría un tiroteo. Hay que añadir a esto, que era adicto a las drogas, dado a la depresión, y que estaba atormentado por las experiencias trágicas que había tenido que fotografiar. Y cabe destacar, que la función de un fotógrafo no es la de aportar ayuda humanitaria sino la de captar la imagen perfecta para mostrar algo que nos haga reaccionar.
Por otro lado, al ampliar la foto se ve que el niño tiene una pulsera que el fondo para la alimentación de Naciones Unidas le había colocado. Es decir, estaba asistido por el organismo internacional. Y no murió de aquella hambruna como parece en la foto, sino que fue víctima de las fiebres años después.
En definitiva, no nos debemos dejar influenciar por lo que afirmen los medios, porque detrás de una fotografía hay historias a uno y otro lado de la cámara.
Rocio
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