El otro día, mientras estaba sentada en un banco un viernes por la tarde, disfrutando de la libertad que precede al fin de semana, pasaron delante de mí un niño y su madre. Esta última, con expresión enfadada, le decía a su hijo: "¿Acaso tú ves al resto de la gente haciendo eso?" El niño, perdido en la inocencia de quienes aún no distinguen entre resignación y rebeldía, miraba a su madre sin comprender.
Me paré a pensar en la escena en cuanto se hubieron alejado. ¿Por qué? ¿Por qué desde que somos pequeños, el mundo en el que vivimos, nuestras familias y nuestros profesores, nos empujan a comportamientos que están previamente determinados y ligados a la sociedad en la que vivimos? ¿No es acaso nuestra percepción crítica la que deberíamos utilizar para escoger nuestros hábitos? ¿Nuestros vicios y virtudes? No es de extrañar que, utilizando con los niños estos "argumentos de generalización", estos se vean afectados al llegar a la adolescencia, periodo en el que se define y perfila nuestro carácter, por las ataduras a los determinados modelos de comportamiento.
Los adultos han sido y serán siempre ese 'ídolo' o modelo al cual en la primera infancia, los niños acudan en busca de respuestas. Yo, por ejemplo, cuando era pequeña y les formulaba preguntas a mis padres, no descansaba hasta que estos abandonaban el consabido 'porque si' y se avenían a explicarme el verdadero 'por qué' de las cosas. Con tan pocos años, por supuesto, no era capaz de distinguir entre argumentos verdaderos, y falacias, pero aún así todo ser humano siente esa necesidad intrínseca de buscar respuestas a sus preguntas.
El sentido crítico de mis padres y el sentido crítico que yo, como adolescente, estoy en proceso de desarrollar, debería ser el punto de partida de todas mis reflexiones. No deberíamos calificar algo de "bueno" o "malo", simplemente basándonos en el "¿tú ves al resto de la gente haciendo eso?" sino en ciertos valores morales humanizantes, que nos lleven a formular juicios reales.
Paula D.
Me paré a pensar en la escena en cuanto se hubieron alejado. ¿Por qué? ¿Por qué desde que somos pequeños, el mundo en el que vivimos, nuestras familias y nuestros profesores, nos empujan a comportamientos que están previamente determinados y ligados a la sociedad en la que vivimos? ¿No es acaso nuestra percepción crítica la que deberíamos utilizar para escoger nuestros hábitos? ¿Nuestros vicios y virtudes? No es de extrañar que, utilizando con los niños estos "argumentos de generalización", estos se vean afectados al llegar a la adolescencia, periodo en el que se define y perfila nuestro carácter, por las ataduras a los determinados modelos de comportamiento.
Los adultos han sido y serán siempre ese 'ídolo' o modelo al cual en la primera infancia, los niños acudan en busca de respuestas. Yo, por ejemplo, cuando era pequeña y les formulaba preguntas a mis padres, no descansaba hasta que estos abandonaban el consabido 'porque si' y se avenían a explicarme el verdadero 'por qué' de las cosas. Con tan pocos años, por supuesto, no era capaz de distinguir entre argumentos verdaderos, y falacias, pero aún así todo ser humano siente esa necesidad intrínseca de buscar respuestas a sus preguntas.
El sentido crítico de mis padres y el sentido crítico que yo, como adolescente, estoy en proceso de desarrollar, debería ser el punto de partida de todas mis reflexiones. No deberíamos calificar algo de "bueno" o "malo", simplemente basándonos en el "¿tú ves al resto de la gente haciendo eso?" sino en ciertos valores morales humanizantes, que nos lleven a formular juicios reales.
Paula D.
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